Una de las tres razones por las que nació este blog en diciembre 2011, fue para recopilar en él los restaurantes que iba visitando, una manera de que mis amigos en vez de llamarme a cualquier hora, tuvieran una pequeña guia de dónde comer en Bilbao.
Creo que he cenado este último año como unas 4-5 veces en Atea, creo que lo he recomendado otras 4-5, y en todas ellas, mis amigos han quedado encantados con la sugerencia. Así que el fin de semana, J y yo, nos fuimos de cena tranquila, sentados en una de las mesas de Atea mientras veíamos llover a mares fuera.
Nos acomodaron en las mesas altas, no son mis preferidas, pero sin reserva, es lo que toca. No teníamos mucho hambre, así que pensábamos pedir una ensalada para compartir y un segundo cada uno. Pues bien, tras leerme hasta la carta de vinos, sólo encontré una ensalada: la de marisco. Pues mal vamos, con J alérgico. Llamo a la camarera, y le pregunto a ver si tienen fuera de carta alguna otra ensalada (mira que sólo tener una), ya que uno de nosotros es alérgico a la única que ofertan. Entra en la cocina, sale de la cocina, y nos dice que la unica alternativa es "lechuga con tomate" (sic). Pues no, no me voy a Atea, a comer lechuga con tomate, para eso no voy a un restaurante del grupo Zortziko.
Cambiamos la ensalada por dos entrantes: queso de cabra gratinado, acompañado por una patata frita, que para mi gusto sobraba, y sin embargo, la compota de tomate me resultó escasa. El segundo entrante, una rebanadita de pan tostado con sardina ahumada y mantequilla de cebollino. Un pincho original, pero que tras mi visita a un restaurante asturiano en Madrid, no me supo a nada. (prometo post de ese restaurante esta semana).
Los segundos llegaron con el abrigo puesto: estamos en mayo pero un mayo Ártico, vamos que en Bilbao en vez de pasear perros, paseamos pingüinos. En fin, un frio desagradable en Atea, la puerta abierta de par en par, a pesar de la lluvia, el viento, y el frio; y nosotros, con nuestros segundos platos. Se me antojó el tataki de atún con verduras salteadas, que ellos lo ponen como ración para compartir, yo, me lo zampé sola. Siete trozos hermosos en su punto, con una suave tempura y brotes de germinados. Me encanta el atún rojo, y éste estaba perfecto, aunque la salsa de soja de la base, sin rebajar, hizo que no pudiera terminar el plato, ¡no sentía la lengua del salazón! Una pena, el plato tanto en presentación como en gusto, era muy bueno, menos las verduras salteadas, que ahora que me doy cuenta, ¿dónde estaban? Misterio... J es más amigo del entrecot, y en Atea, no falló: laminado, en su punto, tal y como lo pidió. Lo que quizás me resultó poco atractivo es el acompañamiento, ¿no hay nada más original que patatas fritas y pimientos de bote?
El restaurante no estaba ni al 50% de su capacidad, supongo que por el clima invernal, así que una vez terminado el segundo plato, pedimos el postre, con la idea de irnos pronto, el frío ya empezaba a mosquearnos. Tras casi 20 minutos, a punto de irnos del aburrimiento, llegaron los postres, fresas flambeadas con vodka, y tarta de queso. Menos mal que estaban buenos, sino, me da algo. Las fresas tenían ese toque a vodka, mezclado con nata, y una bola de helado, que para mi gusto, sobraba. La tartita de queso, cremosa, templada e individual, nada de un trozo de una tarta enorme. Quizás la espera se debió a eso, pero hubiéramos agradecido un aviso por parte de la camarera en vez de estar más de 20 minutos sentados en la mesa.
Llegados a este punto, pedimos la cuenta a toda prisa, pasando del café, y con ganas de llegar al coche y poner la calefacción a tope. No hay nada peor que comer con frío, y en mayo.
ATEA
Paseo Uribitarte, 4. Bilbao.
Ni sé la de veces que he recomendado este restaurante, siempre con la seguridad de que mi recomendación será un éxito. Menos para mí, esta última vez, el servicio ha sido bastante poco atento, el entorno, frio, muy frío; y los platos llegaban con demasiado retraso. No sé si es que se están acomodando, o que ese día les enfrió a ellos también.
Cena para dos pingüinos, 60€
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